¿Por qué me siento triste? ¿Qué nuevo dolor puede aquejarme ahora? En realidad tales cosas son imposibles. Me siento como hace años: abrigado. Sin embargo, esto es diferente. Soy incapaz de recordar ahora el nombre de quien entonces me abrigó casi por 270 días. A diferencia del húmedo calor, hoy, hay una humedad fría –como cenagosa- que se me adhiere y me va disminuyendo con las horas que ya no sé contar. Estoy empequeñecido, regresando al principio. Hay pocos instantes que guardo en la memoria, algunos sólo los intuyo de aquellos que no me son tan borrosos: el sonido de una playa, el olor de los arboles cuando llueve, la tierra mojada –a la que ya me he acostumbrado-; la música, esa es lo en verdad inolvidable. Siempre me pregunté por qué existía alguna música tan triste, su milagro. Nunca puede responderme bien, pero me consolé con pensar que era para que aquellos que compartían ese estado anímico no experimentaran el mundo como una isla. Los acordes hacen la existencia un transito a ningún lugar de la nada más soportable. Ser, creo que es justamente eso: una forma de medir con más o menos tristeza, mayor o menor alegría los sucesos. Nacer, morir, son hechos comunes y universales para todos, lo que marca con importancia son los accidentes. Nuestro primer contacto son unas manos que nos reciben, algunas familiares, otras, la indiferencia de un cirujano. Lo real es cuántas manos nos reciben y cuántas nos despiden. Ahí, encontré ninguna. Todo el tiempo creí que había nacido muerto, aunque tuve que arriesgarme a vivir para convencerme de ello. Nadie presta importancia a lo esencial que son las manos. Aunque pueda existir el alma, lo que nos prueba lo cercano que estamos de otros, son ese par de extremidades. No sé si las tuve y si las usé. Hoy me las han descompuesto los gusanos. Ya no tengo muchos recuerdos, apenas un llanto que dijeron tuve en mi nacimiento, pero las larvas también van hacia ellos. De nuevo es el comienzo.
Julio Cesar
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